En este 2021 me he propuesto escribir un post cada mes para reactivar un poco el blog. Así es que aquí estoy, dándole vueltas a qué actividad puedo compartir o de qué tema puedo hablar, pero la verdad es que lo que me apetece es hacer una reflexión sobre lo que ha sido el primer trimestre y sobre ideas que me rondan la cabeza desde hace tiempo. Creo que va a ser un post de desahogo, más que otra cosa.
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El primer trimestre
A este título habría que ponerle una música de fondo al más puro estilo de las películas de miedo. (Me imagino la famosa melodía de instrumentos de cuerda de Psicosis y… )
Y es que ha sido el primer trimestre más duro y extraño de todos los que he vivido en los diecisiete cursos que llevo trabajando como profesora.
Comenzar el curso después de un confinamiento, con miedo, con tantas normas, sin poder trabajar como lo hacía siempre, me creó mucha incertidumbre. Logré superarla pensando que tenía que reinventarme y marcarme unos objetivos sencillos para poder cumplir y que mis alumnos los conocieran para que pudieran «darme un toque» si me alejaba de ellos o no los cumplía.
Estos eran (bueno, lo siguen siendo)
Reinventarme
Sin duda lo primero que pensé que debía hacer era reinventarme. Pensar cómo podía dar mis clases sin saltarme las normas ni arriesgar la salud de nadie, pero sin perder la esencia de mi forma de enseñar.
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Lo intenté y lo sigo intentando. He tenido que dejar atrás mucho trabajo colaborativo y actividades que implicaban movimiento por la clase (sobre todo en la ESO), pero he puesto todo mi interés en no convertirme en un autómata que llegue a clase, limpie, pase lista, abra las ventanas, hable durante el tiempo que queda y se vaya a otra clase.
Los primeros días me causó mucha tristeza ver a los alumnos tan callados, tristes, serios, asustados… Todos siguiendo las flechas de dirección que hay por todos los suelos de todos los pasillos. Luego se me ocurrió una idea sobre las flechas que llevaré a cabo en el segundo trimestre y que ya contaré cuando la finalice.
Las flechas me cuestionaron mucho y me hacían sentir que tenía que seguir el camino que nos habían marcado y que no me podía salir de él. Y me asfixiaban. No soy de incumplir normas, pero tampoco soy de hacer lo que hacen los demás. Así es que… ¡imaginad! Hasta unas simples flechitas en el suelo me habían removido por dentro.
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Ahora convivo con ellas, no me gustan, pero las respeto, aunque tengo que decir que hay días en los que me encuentro de forma inconsciente andando como una kamikaze en sentido contrario. Pego un salto y vuelvo al «camino». Pero como les dije un día a mis alumnos de Bachillerato: «se pueden seguir las flechas y caminar haciendo eses». Tendremos que salirnos de la monotonía de alguna manera ¿no?
Aprender. Hacer aprender. Emocionar.
Un segundo objetivo tan «sencillo» como el primero.
La primera que tiene que tiene que seguir formándose soy yo. Porque la enseñanza cambia de un día para otro. Ahora resulta que damos clases semipresenciales; tenemos la mitad de alumnos en casa y la otra en clase. Nos conectamos con ellos por plataformas que nos han permitido bajar la ratio y que sigan aprendiendo, pero antes he tenido que aprender yo.
Y no sólo aprender a usar de estas plataformas y medios técnicos (que ya usaba antes), sino también en cuanto a nuevas metodologías, nuevos modos de llegar a mis alumnos, nuevas maneras de intentar hablar sus lenguajes para no sentir que me quedo estancada y que me alejo de ellos. Porque creo que si permanezco cerca de ellos podré hacerles aprender mejor.
No enseñar, hacer aprender. Que los protagonistas son ellos y que con tanto acceso a la información, con la velocidad a la que todo va cambiando, con las nuevas profesiones que surgen y las demandas respecto a estas, hay que ayudarles a que aprendan. El «aprender a aprender» que seguro que a muchos les suena…
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Emocionar. He comprobado que, después de muchos años, los alumnos recuerdan los contenidos de aquellas clases en las que se divirtieron, de aquellos trabajos que fueron «diferentes», de aquellas actividades que rompieron la monotonía y que, aunque debajo tenían una base de contenido, venían envueltas en un papel de celofán que las hacía más llamativas.
Transmitir mi amor por la Lengua y la Literatura
Hoy, precisamente, les decía a mis alumnos de un 2º de ESO, que yo amaba a las palabras y que, para mí, una imagen no valía más que lo que podían transmitir mil palabras (Ha sido una reflexión que hemos hecho a raíz de intentar llegar a una definición de qué es un texto)
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Pues eso, que quiero seguir transmitiendo mi amor por las palabras y por los libros. Por esta razón, a veces, como hoy, me llevo libros a clase, los saco, con cualquier pretexto, y les hablo de ellos. (Como con Las almas de Brandon, de César Brandon (@CesarBrandon93); o con los hilos y libros de Nando López (@Nando_Lopez_); o con los libros que me leo y que cuelgo en Instagram para que les pique el gusanillo; o con mis libros «curiosos»; o con lo que sea…)
Inseguridad
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Pero… ¿por qué después de todo lo dicho titulo un apartado como «inseguridad»?
Porque me siento así. Porque a pesar de haberme fijado esos tres objetivos y de que hacerlo me sirviera para calmar mis incertidumbres, este año más que nunca pienso si lo estaré haciendo bien. Si mis alumnos están aprendiendo. Si aquello en lo que creo y que intento transmitir es lo correcto.
Lo pienso casi a diario, no lo puedo evitar. Dudo. Desconfío. En ocasiones me siento cuestionada…
Será por la pandemia. Le echaré las culpas a la COVID. Es una buena excusa.
Tendré que pensar, cuando todo esto acabe (frasecita del año), si la fue la pandemia la me hizo sentir más insegura de la cuenta o si había otros motivos. Por lo pronto, ella se carga con el mochuelo.
(Antes de leer la reseña… ¡Aviso! Puede haber algunos pequeños spoilers.)
Lo primero que me llamó la atención de Annie en mis pensamientos cuando cayó en mis manos fue la fecha de publicación, creía que era un libro actual, escrito desde el hoy y, sin embrago, me encontré una obra de 1982 (¡escrita hace 37 años!) que trata de la relación y del descubrimiento del amor entra dos chicas: Liza y Annie.
¿Quién nos cuenta la historia?
El libro está
escrito a varias voces. Liza, narradora principal y una de las protagonistas, evoca
cómo empezó todo, cómo conoció a Annie y cómo surgió el amor entre ellas casi
sin darse cuenta (o quizás sí se daban cuenta, pero no querían admitirlo). Por
otro lado, Liza, desde el presente escribe a Annie una carta en la que
reflexiona sobre lo que las aleja en la actualidad y nos hace entrever el
motivo de su separación unos meses atrás. Finalmente, un narrador en tercera
persona mira a Liza escribir a Annie y se adentra en su mente y en su corazón.
Entre las tres voces y a caballo entre el pasado y el presente, conocemos a Liza y a Annie y todo lo que les ocurrió.
Un poco de reflexión…
Annie en mis pensamientos es una obra muy necesaria. Una historia de amor entre dos chicas. Liza y Annie se conocen y algo imperceptible, pero mágico ocurre. Es difícil de explicar hasta para ellas, que no le ponen nombre hasta mucho más adelante. ¡Qué fácil es para una pareja heterosexual enamorarse! No hay que asumir nada, ni darse cuenta de nada, es obvio que lo que sienten es amor. Sin embargo, ¡qué difícil resulta para dos chicos o para dos chicas, darse cuenta de que lo que están viviendo y experimentando, va más allá de la amistad, sobrepasa los límites de ella… de que es amor! Así, en la obra vamos descubriendo, a medida que Liza y Annie lo hacen, cómo se sienten. Está descrito de una manera tan delicada y tan tierna, que es imposible no enamorarse de los dos personajes y querer que consigan ser felices.
Pero…
Pero en todo
relato amoroso siempre hay una dificultad, un problema, un agujero negro… y el
de Liza y Annie no iba a ser menos, el descenso a los infiernos se va intuyendo
a lo largo del libro en una trama secundaria sobre la escuela privada de Liza que
se una a la principal y que hace estallar el desastre cuando ambas están
completamente desarmadas.
Una montaña rusa de sensaciones, la subida es dulce, divertida; la caída… pone a Liza y a Annie y, por tanto, a los lectores, con el corazón en un puño o, más bien siguiendo el símil de la montaña rusa, con el estómago en la garganta.
Los libros son espejos donde mirarnos
¡Cuántos adolescentes, cuántos jóvenes, cuántas chicas no se habrán visto abocados a una historia como la de Liza y Annie! Sin referentes, sin apoyos y sin comprensión por parte de los demás. Con el monstruo del miedo acechándoles y estropeando un primer amor adolescente que sólo se vive una vez.
“La verdad nos hace libres” dice Liza cuando comprende y se hace fuerte para afrontar el amor. “Ya no hace falta que finjamos ser otras personas nunca más” dice Annie en otro momento de la narración. Ojalá que Liza, Annie y lo que vivieron sirva como aliciente a tantos chicos y chicas LGBT, que creen sentir diferente a los demás, para comprender que no son diferentes, que su amor no es distinto al del resto, que el amor, no tiene calificativos, porque es tan sólo eso… ¡AMOR!
Hace algo más de un año, no sé cómo ni a través de qué, pero di con un concepto, «visual thinking», que me pareció interesante y del que empecé a investigar.
Había muy poco escrito en español (o nada) sobre visual thinking o pensamiento visual. Así es que para poder conocer un poco mejor de qué iba eso me leí un libro en inglés The Sketchnote Handbook de Mike Rohde, que fue toda una revelación para mí y para mi práctica docente.
¿Por qué The Sketchnote Handbook fue tan revelador?
Este libro me abrió los ojos al interesante mundo no del dibujo, sino de lo visual en toda su amplitud. Y aprendí dos cosas. Bueno, realmente aprendí muchas más, pero estos tres descubrimientos han sido la base con la que he empezado a emplear el visual thinking en mis clases:
Cualquier idea o concepto son susceptibles de ser dibujados.
Para trabajar el pensamiento visual no es necesario saber dibujar.
Además de esto, el libro es una joya porque muestra qué es el visual thinking y cómo comenzar a dibujar desde lo más básico y, sobre todo y para mí lo más importante, desde la práctica. Aprendí qué era el visual thinking a través del visual thinking.
¿Y qué cambió después de leer el libro?
Cambió mi mentalidad: me di cuenta de la importancia de lo visual en cualquier campo, área, materia…
Me entraron más ganas de seguir aprendiendo sobre esto leyendo otros libros: Tu mundo en una servilleta, de Dan Roam; o haciendo un curso gratuito a través de WhatsApp sobre dibujo simbólico (al que se puede acceder a través de la página web: xiubid y que recomiendo tan fervientemente como el libro de Mike Rohdes)
Comencé a experimentar incluyendo el pensamiento visual en mis clases.
Cómo aplicar el Visual Thinking en el aula.
Como siempre, comencé experimentando, probando y, por supuesto, haciendo partícipes y protagonistas de esto a mis alumnos.
El curso pasado, con mis grupos de 1º de Bachillerato hice que todos los alumnos esquematizaran una parte de un tema de Literatura que les fue asignado combinando palabras y dibujos. Tuve que escucharlas protestas de mis alumnos diciendo que no sabían dibujar, que era muy difícil, que no sabían cómo dibujar algunas cosas, y bla, bla, bla… Pero, a pesar de sus reticencias, lo hicieron y en general bastante bien. Creo que estos esquemas visuales fueron muy útiles porque una vez trabajado el tema de Literatura a través de vídeos, cuestionarios, explicaciones y correcciones, los alumnos que habían tenido que realizar el esquema visual del tema debían exponerlo a toda la clase, con lo que los contenidos quedaban más que explicados y machacados.
Este año, ya en 2º de Bachillerato, los mismos alumnos también están resumiendo los temas a través de visual thinking y mi sorpresa ha sido monumental. ¡Cómo han mejorado a la hora de expresar visualmente los conceptos! ¡Cómo ha evolucionado su creatividad! ¡Qué orgullosa me siento de ellos!
Pongo aquí algunas muestras de lo que van dibujando.
Otras formas de incluir el Visual Thinking en clase
Pidiendo que dibujen algunos conceptos que se les escapan de su vocabulario cotidiano: antirromanticismo, arte puro… (4º de ESO)
Proporcionando yo los visual thinking del tema que tienen que aprender. (4º de ESO)
Explicando textos narrativos a través de dibujos (2º de ESO)
Confeccionando jeroglíficos. (2º de ESO)
Elaborando textos con pictogramas. (2º de ESO)
Resumiendo capítulos de libros con dibujos. (1º de ESO)
Haciendo trabajos empleando aplicaciones donde prima lo visual: Storyboard That, Thinglink… (2º de ESO, 2º de Bachillerato)
Completando mis explicaciones con dibujos. (2º de ESO)
Esto es solo una muestra y el principio, pues pretendo seguir mejorando mis clases y mis explicaciones incluyendo el aspecto visual cada vez que pueda.
¡Ah! Una anécdota, yo no tengo el don del dibujo, pero le echo cara y hago lo que puedo. Mis alumnos de 4º están encantados con el visual thinking que les he proporcionado sobre el Novecentismo y las Vanguardias, han llegado a preguntarme si lo he hecho yo, y a decirme que está precioso.
Comienza el curso y, como siempre, tengo en mente bastantes cosas para hacer en mis clases de Lengua, concretamente tengo 10 ideas para este curso 16-17, aunque sé que sobre la marcha irán surgiendo más (algunas casi improvisadas), pero he de decir que así es más divertido y motivante.
¿Y cuáles son esas 10 ideas para este curso?
Imagino que te estarás preguntando eso mismo, qué actividades voy a hacer… Sigue leyendo y te lo cuento todo. Seguro que algunas luego no serán como las idee, otras se quedarán en menos y otras más crecerán y madurarán… Ya lo iremos viendo… ¡Aquí van mis 10 ideas!